Los cascos del caballo caían y se levantaban rítmicamente de las tablas
de madera a medio secar. El Einherjar observaba desde lo alto del puente el
fluir de las aguas.
"Bravas, pero en equilibrio",
pensó.
Observó cómo un osezno intentaba imitar a su
madre en el arte de la pesca. El graznido de un cuervo lo apartó de su
contemplación de la naturaleza, llevando su mirada al frente. Por entre los
árboles, siempre a milímetros de chocar con una rama iba uno; el otro volaba
casi a ras de suelo.
"Odio esto".
El primer cuervo se zambulló en la boca del
jinete, arrastrándose y retorciéndose para profundizar aún más en su garganta,
que se ensanchaba y palpitaba cada vez más. El segundo cuervo hundió su pico en
el ojo izquierdo del Einherjar, casi tirándolo de la montura, haciendo que
notase cómo profundizaba en sus cuencas, penetrando en su cráneo mientras
picoteaba su cerebro.
No odiaba tanto la manera de recibir el
mensaje como el perder parte de su voluntad, escuchar las voces de los cuervos
en su cabeza, dirigiéndole a su próximo encargo.
"Upyr".
"Devorador de vida".
"Al Oeste".
"Encuéntralo y mátalo".
El Einherjar se recompuso lentamente y se
restregó el ojo izquierdo con los nudillos. Nunca le habían mandado a
enfrentarse a una de esas monstruosidades. Una parte muy dentro del Einherjar
tuvo un escalofrío.
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