—¡Los mejores precios! ¡Los mejores precios al este
del Flüssh!
Y esa misma frase podía
escucharse por todos los puestos del mercado que había en la plaza central de
la pequeña ciudad de Dóer, una de las mayores poblaciones en la costa y
conocida por sus mercados de pieles de corzo, oso, liebre, conejo, alce,
castor, foca y en tres ocasiones tuvieron pieles de ballena de la mejor
calidad.
En uno de los puestos, una
niña pequeña ayudaba a su padre a despellejar una regordeta liebre y a sus
crías, estaba siendo un buen día. La pequeña entonces puso sus ojos en un
hombre de entre todos los que estaban en la ajetreada plaza.
—¡Padre! ¡Padre! ¡Ha vuelto!
El mercader se sorbió los
mocos y se pasó la manga de su camisa por su goteante nariz. El einherjar se
acercó a su puesto y saludó a la pequeña respondiendo al efusivo saludo que la
pequeña le dirigió.
—¿Es este?
—Sí, como querías: fuerte y
negro como la noche más oscura —dijo el mercader dando dos palmadas a las
poderosas posaderas del esbelto caballo.
El einherjar se acercó al
corcel, que se mostró manso cuando acarició sus crines.
—Te has enterado? —comentó el
mercader al einherjar— ¿Los robos de los últimos días? Habían sido unos
duendecillos, bueno, goblins creo que se dice exactamente —hablaba mientras el
einherjar examinaba la silla de montar que iba incluida en el lote—. Alguien se
lo dijo a los guardias, hubo una batida y los encontraron. El juicio empezó
hace un rato en la casa comunal.
—Yo quiero ver a los
duendecillos, papá.
—Cuando suene la campana el
juicio habrá terminado y podrás ver a los duendecillos —dijo el mercader
acariciando el pelo de la pequeña mientras el einherjar se subía a su nuevo
caballo—. Recuerda, einherjar; si te encuentras con otro einherjar llamado
Dawrin una cicatriz con forma de equis en la cara, recuerda agradecerle de mi
parte que salvase la vida a mi padre, Lamry Kard, cazador de Dóer.
—Lo haré —dijo mientras
lanzaba al mercader una bolsita repleta de monedas—. ¿Tanto? Maese einherjar,
no puedo aceptar...
Pero el einherjar ya había
espoleado a su caballo y se alejaba al trote. El einherjar visitó a otros
mercaderes para comprar un nuevo abrigo, empezaba a hacer frío, se acercaba el
invierno. Estaba mirando cuando sonó una campana. Cogió el abrigo, pagó más de
lo que costaba y se fue subido a su caballo, al que llamó "Abeja".
En la salida de la ciudad
vio a la pequeña hija del maese Kard canturreando junto a otras niñas. La
cancioncilla era una versión de otra que el einherjar ya había escuchado; decía así:
"Un duendecillo
Se balanceaba
Sobre la cuerda de la horca.
Como veían
Que no se moría
Le lanzaron un cuchillo.
Dos duendecillos
Se balanceaban
..."
El einherjar apartó la mirada de las niñas que hacían corro en el suelo y espoleó a su caballo. Mientras se alejaba de Dóer pensó: "Los goblins no roban, odian las costumbres humanas, pues no entienden cosas como que unas piezas de metal puedan tener tal importancia en el mundo de los Hombres. Esos goblins no robaron nada a nadie".
Los robos siguieron sucediéndose en Dóer. Hubo un juicio rápido y otra cancioncilla para los auténticos ladrones.
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