miércoles, 20 de abril de 2016

Canción IX Piezas de Metal

    —¡Los mejores precios! ¡Los mejores precios al este del Flüssh!
    Y esa misma frase podía escucharse por todos los puestos del mercado que había en la plaza central de la pequeña ciudad de Dóer, una de las mayores poblaciones en la costa y conocida por sus mercados de pieles de corzo, oso, liebre, conejo, alce, castor, foca y en tres ocasiones tuvieron pieles de ballena de la mejor calidad.
    En uno de los puestos, una niña pequeña ayudaba a su padre a despellejar una regordeta liebre y a sus crías, estaba siendo un buen día. La pequeña entonces puso sus ojos en un hombre de entre todos los que estaban en la ajetreada plaza.
    —¡Padre! ¡Padre! ¡Ha vuelto!
    El mercader se sorbió los mocos y se pasó la manga de su camisa por su goteante nariz. El einherjar se acercó a su puesto y saludó a la pequeña respondiendo al efusivo saludo que la pequeña le dirigió.
    —¿Es este?
    —Sí, como querías: fuerte y negro como la noche más oscura —dijo el mercader dando dos palmadas a las poderosas posaderas del esbelto caballo.
    El einherjar se acercó al corcel, que se mostró manso cuando acarició sus crines.
   —Te has enterado? —comentó el mercader al einherjar— ¿Los robos de los últimos días? Habían sido unos duendecillos, bueno, goblins creo que se dice exactamente —hablaba mientras el einherjar examinaba la silla de montar que iba incluida en el lote—. Alguien se lo dijo a los guardias, hubo una batida y los encontraron. El juicio empezó hace un rato en la casa comunal.
    —Yo quiero ver a los duendecillos, papá.
    —Cuando suene la campana el juicio habrá terminado y podrás ver a los duendecillos —dijo el mercader acariciando el pelo de la pequeña mientras el einherjar se subía a su nuevo caballo—. Recuerda, einherjar; si te encuentras con otro einherjar llamado Dawrin una cicatriz con forma de equis en la cara, recuerda agradecerle de mi parte que salvase la vida a mi padre, Lamry Kard, cazador de Dóer.
    —Lo haré —dijo mientras lanzaba al mercader una bolsita repleta de monedas—. ¿Tanto? Maese einherjar, no puedo aceptar...
    Pero el einherjar ya había espoleado a su caballo y se alejaba al trote. El einherjar visitó a otros mercaderes para comprar un nuevo abrigo, empezaba a hacer frío, se acercaba el invierno. Estaba mirando cuando sonó una campana. Cogió el abrigo, pagó más de lo que costaba y se fue subido a su caballo, al que llamó "Abeja".

    En la salida de la ciudad vio a la pequeña hija del maese Kard canturreando junto a otras niñas. La cancioncilla era una versión de otra que el einherjar ya había escuchado; decía así:
    "Un duendecillo
    Se balanceaba 
    Sobre la cuerda de la horca.
    Como veían
    Que no se moría
    Le lanzaron un cuchillo.
    Dos duendecillos
    Se balanceaban
    ..."
    El einherjar apartó la mirada de las niñas que hacían corro en el suelo y espoleó a su caballo. Mientras se alejaba de Dóer pensó: "Los goblins no roban, odian las costumbres humanas, pues no entienden cosas como que unas piezas de metal puedan tener tal importancia en el mundo de los Hombres. Esos goblins no robaron nada a nadie".
    Los robos siguieron sucediéndose en Dóer. Hubo un juicio rápido y otra cancioncilla para los auténticos ladrones.

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