Hace semanas que no nos acercamos al sendero del bosque. Allí la caza es
mejor, pero no nos acercamos. Quien entra ahí se convierte en el cazado y no regresa.
Hace trece días empezaron a desaparecer personas, todas de noche. Al final
encontramos la manera de evitar que nuestra gente siguiera desapareciendo. No,
no te diré cuál es. Me he cansado de tus preguntas, ahora lárgate, haces que se
me pudra la cerveza”.
Ese anciano borracho fue el único que habló algo en claro sobre esa cosa
que el Einherjar estaba buscando. El resto de Buen Desembarco tenía miedo de
hablar, fuera por el Einherjar o por lo que habitaba en sus bosques. Sin
embargo el Einherjar ya tenía lo que necesitaba, un lugar donde buscar, un plan
que seguir. Buscó un callejón entre dos cabañas y un muro donde nadie pudiese
molestarle, donde la sombra le cobijase y cerró los ojos.
Tras el parpadeo, todo eran sombras, ya se había hecho de noche. Subió a
su caballo y trotó por el camino que se alejaba de la aldea. Al cabo de un
rato, el camino desapareció, cosa que le hizo extrañarse. Siguió galopando un
trecho hasta que encontró otro camino, uno que se había allanado hacía poco; uno
que iba directo… al bosque. Entonces el Einherjar comprendió. La manera para
evitar que la criatura se llevase a los suyos era entregarle a otros. Ocultaron
el camino que llevaba a la aldea y prepararon otro que les llevaría a la
muerte, la aldea era grande y portuaria, perder el comercio terrestre debía de
poder compensarse con el marítimo y el no perder más vecinos. El Einherjar dejó
a su caballo atado en uno de los primeros árboles del bosque y se adentró en él
utilizando el falso sendero.
“Los cuervos no están”, pensó. Y era verdad, cuando le enviaban a cazar
perdía la consciencia sobre sí mismo, o por lo menos algo parecido, y era algo
parecido a un observador encerrado en su propio cuerpo. Esta vez él mismo era
quien se movía, quien pensaba, quien sabía qué hacer. Siguió caminando.
“Cabello oscuro y ojos pardos. No era de Buen Desembarco, seguramente no
naciera en el continente”, pensaba el Einherjar, inclinado sobre el cadáver de
un hombre de mediana edad que encontró al final del falso sendero, que
desaparecía en medio del bosque. Cerca de él había otros cuerpos y
herramientas. “Contrataron a gente de fuera de la comarca, gente que no supiese
nada del Upyr, los mandaron eliminar el camino a la aldea y luego hacer otro
dentro del bosque, debieron de trabajar hasta que el Upyr se les echó encima”.
Pasos a su espalda.
Por una parte, eso supuso un alivio para el Einherjar, llevaba un rato
pensando en cómo atraerlo o tenderle una trampa; por otra parte, el Einherjar
tenía de qué preocuparse, si el Upyr no se molestaba en ocultar su presencia
antes de atacar, si no le había atacado antes, era porque no necesitaba evitar
el enfrentamiento. El Einherjar se dio la vuelta y observó al Upyr. Estaba en
su forma híbrida, un cruce entre hombre y murciélago, con grandes mandíbulas y
afiladas garras y colmillos. Estaba desnudo, caminando encorvado entre la
maleza y aún así medía más de dos metros de alto. Llevaba algo en su mano
derecha: una gran pierna de caballo arrancada a la que ahora daba un buen
bocado mientras seguía caminando hacia el Einherjar. “Lástima, era una buena montura”,
pensó el Einherjar, antes de comenzar a recodar historias, leyendas que había
oído sobre los Upyr. El ser agitó el brazo, lanzando la poderosa pata en
dirección al Einherjar, que la esquivó lanzándose hacia delante en una
voltereta mientras se llevaba la mano a
uno de sus bolsillos. Cuando alzó la mirada, el Upyr estaba sobre él, a escasos
metros, preparado para golpear con un estridente chillido. El Einherjar sujetaba
una piedra en su mano. Una ignitite. Estaba caliente. La orientó rápidamente
hacia la monstruosa figura, mientras pensaba en la palabra adecuada. Una
potente llamarada salió despedida de la piedra, impactando en el Upyr, que
ahora se retorcía en el suelo envuelto en llamas. El Einherjar se acercó
mientras seguía expulsando llamas y, de entre ellas, un gigantesco brazo
apareció y lo golpeó, enviándolo varios metros atrás, haciendo que golpease uno
de los árboles, haciéndole soltar la piedra.
“Devoradores de vida. Se alimentan de la fuerza vital de los demás, una
gran parte de ellos succiona la sangre de sus víctimas, otros sólo necesitan el
contacto físico, otros absorben el alma una vez inmovilizan a sus víctimas”. El
Einherjar se sintió débil, débil pero bien; no tenía mucha energía vital que le
pudiesen robar. Este debía de ser de los que se alimentan por el contacto,
debía tener cuidado. Se incorporó y vio a la bestia correr hacia él, con la
velocidad del rayo, preparando sus garras. Y cuando estaba casi sobre él, se
lanzó al suelo y rodó mientras recogía la piedra llameante, para lanzársela al Upyr en cuanto el Einherjar se incorporó. Cuando la
piedra tocó la dura piel del monstruo, explotó en llamas, haciendo gritar a la
bestia, llenando de llamas la zona. Pero el monstruo no se rendía, el Einherjar
tendría que seguir esforzándose para acabar con la bestia. Debía recurrir a
algo que no solía necesitar.
Desenvainó su espada, creando un silbido que resonó por todo el bosque.
Susurraba algo mientras observaba cómo el Upyr empezaba a correr hacia donde él
estaba, aún envuelto en llamas, con su piel derritiéndose en llagas y
quemaduras que consumían su interior. Ahora ambos monstruos estaban el uno
frente al otro.
La hoja de la espada refulgió con un brillo dorado y el calor del Sol,
antes de flotar como una pluma, antes de que el Upyr fuese cortado en dos en un
corte desde el hombro a la cadera, una herida que ya estaba cauterizada y
carbonizada. Los dos enormes pedazos de carne muerta en llamas cayeron al
suelo, quemando la maleza. La espada se enfrió, volviendo a su estado original,
retornando a su funda. El Einherjar empuñó una vez más la flamígera piedra y
susurró. Todas las llamas que consumían lentamente el bosque comenzaron a volar
y se introdujeron en la piedra, calentándola por unos segundos. El bosque
volvía a estar oscuro y el cuerpo del Upyr ya no estaba cubierto por el fuego.
El Einherjar recorrió por horas el bosque, buscando cadáveres víctimas
del Upyr. Encontró docenas a medio devorar y muchos esqueletos con arañazos de
dientes en sus huesos, el Upyr aprovechaba bien la comida. Recogió las uñas de
todos los que pudo encontrar y, para cuando hubo terminado, el Sol ya estaba
saliendo. El Einherjar no podía llevar el cuerpo a caballo, pues no había
caballo. En su lugar agarró cada una de las mitades y comenzó a arrastrarlas
hacia Buen Desembarco, donde todos observaron cómo el Einherjar preparó el
ritual para librarse por fin del Upyr, pues según las leyendas podría volver. Todos
lo acompañaron al acantilado que había no lejos de allí, uno de los aldeanos
llevaba un cofre que el Einherjar había pedido. El asesino de monstruos
decapitó al monstruo y preparó una pira en la que quemó su cuerpo hasta que
sólo quedaban cenizas; cenizas que un viento que los susurros del Einherjar
invocaron se llevaron a la inmensidad del mar. Metió la cabeza en un cofre
cerrado con llave que lanzó lo más lejos que pudo y destruyó la llave mientras
todos observaban el cofre hundirse en el mar. Así el Upyr nunca volvería. El
Einherjar no tardó en abandonar Buen Desembarco, esta vez sin montura, pues,
como dijeron los lugareños: “Te estamos muy agradecidos, pero no tenemos
ninguna montura para ti, que los dioses te acompañen”.
Y el Einherjar se encaminó por otro sendero, mientras una pareja de
cuervos lo observaban.
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