sábado, 9 de abril de 2016

Canción VI El Devorador de Buen Desembarco

    Hace semanas que no nos acercamos al sendero del bosque. Allí la caza es mejor, pero no nos acercamos. Quien entra ahí se convierte en el cazado y no regresa. Hace trece días empezaron a desaparecer personas, todas de noche. Al final encontramos la manera de evitar que nuestra gente siguiera desapareciendo. No, no te diré cuál es. Me he cansado de tus preguntas, ahora lárgate, haces que se me pudra la cerveza”.
    Ese anciano borracho fue el único que habló algo en claro sobre esa cosa que el Einherjar estaba buscando. El resto de Buen Desembarco tenía miedo de hablar, fuera por el Einherjar o por lo que habitaba en sus bosques. Sin embargo el Einherjar ya tenía lo que necesitaba, un lugar donde buscar, un plan que seguir. Buscó un callejón entre dos cabañas y un muro donde nadie pudiese molestarle, donde la sombra le cobijase y cerró los ojos.

    Tras el parpadeo, todo eran sombras, ya se había hecho de noche. Subió a su caballo y trotó por el camino que se alejaba de la aldea. Al cabo de un rato, el camino desapareció, cosa que le hizo extrañarse. Siguió galopando un trecho hasta que encontró otro camino, uno que se había allanado hacía poco; uno que iba directo… al bosque. Entonces el Einherjar comprendió. La manera para evitar que la criatura se llevase a los suyos era entregarle a otros. Ocultaron el camino que llevaba a la aldea y prepararon otro que les llevaría a la muerte, la aldea era grande y portuaria, perder el comercio terrestre debía de poder compensarse con el marítimo y el no perder más vecinos. El Einherjar dejó a su caballo atado en uno de los primeros árboles del bosque y se adentró en él utilizando el falso sendero.
    “Los cuervos no están”, pensó. Y era verdad, cuando le enviaban a cazar perdía la consciencia sobre sí mismo, o por lo menos algo parecido, y era algo parecido a un observador encerrado en su propio cuerpo. Esta vez él mismo era quien se movía, quien pensaba, quien sabía qué hacer. Siguió caminando.
     “Cabello oscuro y ojos pardos. No era de Buen Desembarco, seguramente no naciera en el continente”, pensaba el Einherjar, inclinado sobre el cadáver de un hombre de mediana edad que encontró al final del falso sendero, que desaparecía en medio del bosque. Cerca de él había otros cuerpos y herramientas. “Contrataron a gente de fuera de la comarca, gente que no supiese nada del Upyr, los mandaron eliminar el camino a la aldea y luego hacer otro dentro del bosque, debieron de trabajar hasta que el Upyr se les echó encima”.
    Pasos a su espalda.
    Por una parte, eso supuso un alivio para el Einherjar, llevaba un rato pensando en cómo atraerlo o tenderle una trampa; por otra parte, el Einherjar tenía de qué preocuparse, si el Upyr no se molestaba en ocultar su presencia antes de atacar, si no le había atacado antes, era porque no necesitaba evitar el enfrentamiento. El Einherjar se dio la vuelta y observó al Upyr. Estaba en su forma híbrida, un cruce entre hombre y murciélago, con grandes mandíbulas y afiladas garras y colmillos. Estaba desnudo, caminando encorvado entre la maleza y aún así medía más de dos metros de alto. Llevaba algo en su mano derecha: una gran pierna de caballo arrancada a la que ahora daba un buen bocado mientras seguía caminando hacia el Einherjar. “Lástima, era una buena montura”, pensó el Einherjar, antes de comenzar a recodar historias, leyendas que había oído sobre los Upyr. El ser agitó el brazo, lanzando la poderosa pata en dirección al Einherjar, que la esquivó lanzándose hacia delante en una voltereta  mientras se llevaba la mano a uno de sus bolsillos. Cuando alzó la mirada, el Upyr estaba sobre él, a escasos metros, preparado para golpear con un estridente chillido. El Einherjar sujetaba una piedra en su mano. Una ignitite. Estaba caliente. La orientó rápidamente hacia la monstruosa figura, mientras pensaba en la palabra adecuada. Una potente llamarada salió despedida de la piedra, impactando en el Upyr, que ahora se retorcía en el suelo envuelto en llamas. El Einherjar se acercó mientras seguía expulsando llamas y, de entre ellas, un gigantesco brazo apareció y lo golpeó, enviándolo varios metros atrás, haciendo que golpease uno de los árboles, haciéndole soltar la piedra.
    “Devoradores de vida. Se alimentan de la fuerza vital de los demás, una gran parte de ellos succiona la sangre de sus víctimas, otros sólo necesitan el contacto físico, otros absorben el alma una vez inmovilizan a sus víctimas”. El Einherjar se sintió débil, débil pero bien; no tenía mucha energía vital que le pudiesen robar. Este debía de ser de los que se alimentan por el contacto, debía tener cuidado. Se incorporó y vio a la bestia correr hacia él, con la velocidad del rayo, preparando sus garras. Y cuando estaba casi sobre él, se lanzó al suelo y rodó mientras recogía la piedra llameante, para lanzársela al Upyr en cuanto el Einherjar se incorporó. Cuando la piedra tocó la dura piel del monstruo, explotó en llamas, haciendo gritar a la bestia, llenando de llamas la zona. Pero el monstruo no se rendía, el Einherjar tendría que seguir esforzándose para acabar con la bestia. Debía recurrir a algo que no solía necesitar.
    Desenvainó su espada, creando un silbido que resonó por todo el bosque. Susurraba algo mientras observaba cómo el Upyr empezaba a correr hacia donde él estaba, aún envuelto en llamas, con su piel derritiéndose en llagas y quemaduras que consumían su interior. Ahora ambos monstruos estaban el uno frente al otro.
    La hoja de la espada refulgió con un brillo dorado y el calor del Sol, antes de flotar como una pluma, antes de que el Upyr fuese cortado en dos en un corte desde el hombro a la cadera, una herida que ya estaba cauterizada y carbonizada. Los dos enormes pedazos de carne muerta en llamas cayeron al suelo, quemando la maleza. La espada se enfrió, volviendo a su estado original, retornando a su funda. El Einherjar empuñó una vez más la flamígera piedra y susurró. Todas las llamas que consumían lentamente el bosque comenzaron a volar y se introdujeron en la piedra, calentándola por unos segundos. El bosque volvía a estar oscuro y el cuerpo del Upyr ya no estaba cubierto por el fuego.

    El Einherjar recorrió por horas el bosque, buscando cadáveres víctimas del Upyr. Encontró docenas a medio devorar y muchos esqueletos con arañazos de dientes en sus huesos, el Upyr aprovechaba bien la comida. Recogió las uñas de todos los que pudo encontrar y, para cuando hubo terminado, el Sol ya estaba saliendo. El Einherjar no podía llevar el cuerpo a caballo, pues no había caballo. En su lugar agarró cada una de las mitades y comenzó a arrastrarlas hacia Buen Desembarco, donde todos observaron cómo el Einherjar preparó el ritual para librarse por fin del Upyr, pues según las leyendas podría volver. Todos lo acompañaron al acantilado que había no lejos de allí, uno de los aldeanos llevaba un cofre que el Einherjar había pedido. El asesino de monstruos decapitó al monstruo y preparó una pira en la que quemó su cuerpo hasta que sólo quedaban cenizas; cenizas que un viento que los susurros del Einherjar invocaron se llevaron a la inmensidad del mar. Metió la cabeza en un cofre cerrado con llave que lanzó lo más lejos que pudo y destruyó la llave mientras todos observaban el cofre hundirse en el mar. Así el Upyr nunca volvería. El Einherjar no tardó en abandonar Buen Desembarco, esta vez sin montura, pues, como dijeron los lugareños: “Te estamos muy agradecidos, pero no tenemos ninguna montura para ti, que los dioses te acompañen”.

    Y el Einherjar se encaminó por otro sendero, mientras una pareja de cuervos lo observaban.

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