Recibió un nuevo golpe que lo lanzó a toda velocidad hacia una de las cabañas, cuyas tablas de madera no fueron rival para la espalda del einherjar. Una parte de él sintió una ligera molestia similar al dolor, no fue la parte que ahora se ponía en pie levantando la antes viga maestra de la casa. Cuando alzó la mirada, el monstruo estaba masticando a una nueva víctima que no corrió tan rápido como lo hizo su madre. El einherjar entonces lo asimiló, no era rival para un cíclope tan joven, robusto y hambriento. Tenía que dejarles; tenía que dejar que los cuervos tomaran el control.
Oscuridad.
Susurros.
Una explosión.
Cuando se despertó, él estaba de pie, con su espada en la boca, pues las manos que podían haberla sujetado estaban ahora dentro del estómago del cíclope, estómago que se hallaba iluminado por la luz de un tímido sol de invierno y hasta la altura del estómago llegaba el cuerpo del cíclope, ahora de rodillas. El resto estaba por ahí, por aquí, por allá... El einherjar pensó entonces lo mucho que odiaba cuando los cuervos hacían que él hiciese "eso": Es efectivo y normalmente letal para cualquier criatura pero un brazo es un alto precio. El einherjar no tenía ni idea de cómo podría haber perdido el otro. Alguien tendría que limpiar ese desastre. Era una población de unos cincuenta habitantes de los cuales ahora sólo quedaban quince.
Unos supervivientes se acercaron al einherjar que estaba cubierto de sangre, al borde de la inconsciencia, recuperándose del hecho de haber sido controlado por los cuervos que ahora lo estaban mirando desde alguna parte.
—¿Se ha acabado ya?
El einherjar dejó caer su espada al suelo, que se clavó varios centímetros en la nieve y la tierra.
—¿Dónde está el médico? —preguntó un pobre desgraciado por el paradero de otro pobre desgraciado cuyo proceso de digestión habría tardado poco en comenzar.
—¿Un médico? Necesitamos un embalsamador, siendo un cadáver andante, puede que incluso pudiese curar al maese einherjar.
"Vaya, el gracioso de la aldea ha sobrevivido". Pensó el einherjar, aunque incluso se podría haber percibido un atisbo de que le había hecho gracia. Entonces habló.
—Que nadie toque mi espada. Por vuestro bien.
Entonces el einherjar se desmayó, pues tenía que visitar al que haría que despertara con sus brazos de vuelta y, un segundo después de caer al suelo, despertó con un par de brazos nuevos. Su espada seguía donde él la había dejado, por una vez, nadie intentó quitarle su espada y nadie murió en el intento.
El einherjar sacó del interior del cíclope la causa de su estado, dos pequeñas y redondeadas piedras de color blanco. Una vez hubo recolectado y entregado las uñas de los aldeanos y ras las súplicas de los supervivientes, el einherjar los escoltó a la aldea más cercana. Ellos caminaban como almas en pena, pues en parte lo eran, mientras que el einherjar iba a lomos de su fiel Abeja, la primera montura que le duraba más de una luna.
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