Sorbían y tragaban. El reluciente y dorado licor mojaba sus labios y calentaba sus gargantas, había sido un duro día de trabajo en los muelles y, para variar, seguía sin haber pesca; eso colaboraba a acrecentar el mal humor y el número de arrugas en los ceños de los pescadores.
Las jarras empezaron a pesar ridículamente poco, una joven de fornidas piernas y redondas nalgas les llevó otra bandeja con una nueva ronda de jarras y al dejarlas escuchó de nuevo una frase a la que no quería acostumbrarse: "Pagaremos cuando piquen, sabes que pagaremos cuando haya peces".
El más afeado entre los pescadores llevaba largo rato mirando a una mesa solitaria y apartada en una esquina oscura; la mesa estaba iluminada por una titilante y débil vela que dejaba ver la pálida cara y los pálidos ojos cubiertos de sombras en danzante movimiento. Aunque lo intentaba, el pescador no comprendía el complicado proceso que el extraño hombre estaba llevando a cabo con hierbas, piedras y líquidos de diversos colores; mas no miraba por extrañeza o curiosidad, miraba con odio, ¿odio infundado? Probablemente. No le gustaban las historias sobre esos soldados retornados y ahora tenía a un Einherjar delante.
—¿Qué estará haciendo esa basura aquí? Me da urticaria sólo de sentirlo aquí —comentó otro de los pescadores; realmente todos estaban observando al Einherjar. Otro de los pescadores lanzó un potente, cargado y gelatinoso esputo a las tablas de madera del suelo.
—Primero no hay peces y ahora esto. Si no se ha ido mañana, nunca lo hará, ¿estamos?
—Ahorraremos varios kilos de cebo esta semana.
—Dudo que ni siquiera los peces lo quieran.
El Einherjar apagó la vela con un soplido, sumiendo su rincón en la oscuridad, salió de entre las sombras y salió de la taberna. Un nuevo escupitajo cayó en el suelo.
El Einherjar madrugó.
Los pescadores madrugaron.
Ambos lo hicieron para afilar sus armas. Aún no había amanecido cuando el Einherjar se subió a una barca y comenzó a navegar mar adentro. Los pescadores observaron cómo se alejaba, ya estaban hartos, esa era una de sus barcas. Observaron desde la orilla. La mayoría perdió de vista la embarcación y al más joven de ellos le pareció ver cómo se hundía de repente, le quitó importancia y atribuyó el espejismo a que, como sus camaradas, estaba envejeciendo.
Esperaron una hora.
Esperaron dos.
Entonces algo emergió de entre las aguas: una cabeza con el pelo mojado y pegado a su cara. Era el Einherjar, todos agarraron sus machetes de pelar escamas y se pusieron en pie. El retornado salía lentamente a la superficie. Estaba semidesnudo, tenía una herida en su pectoral izquierdo, decenas de agujeros de salvajes dentelladas y mordiscos llenaban lo que quedaba de la parte izquierda de su cuerpo. Sorprendentemente, apenas sangraba; uno de los agujeros aún tenía un diente dentro. Algunos pescadores se estremecieron cuando el Einherjar salió completamente a la orilla, tenía la ropa hecha girones y otras dos heridas por mordiscos que no tenían tan mala pinta como la primera. Tiraba con su mano derecha de una cuerda, una que tenía algo muy pesado en el otro extremo.
El más anciano de los pescadores soltó su pequeña hacha, llevaba sus más de sesenta años en el mar y creía que conocía a lo que allí moraba, pero nunca había visto un pez tan grande, con una boca tan ancha y con tantos dientes saliendo de ella. Más estremecedoras eran las heridas de la bestia, ninguno había visto nunca nada parecido, por uno de los costados de la bestia marina (la parte que correspondería a su costado, si lo tuviera) podían verse sus músculos y poderosa estructura ósea.
Arrastró al monstruo, de unos seis metros de envergadura hasta donde estaban los pescadores y soltó lagélidamente húmeda cuerda, a la que la arena se pegó rápidamente y entonces, el monstruo erguido, mojado, blanco y pingante que estaba frente a ellos habló.
—Excepto por la parte del costado debería de ser comestible, cortadlo evitando la parte carbonizada. No tendréis más problemas... —gruñó mientras se quitó el colmillo que tenía incrustado entre sus costillas, lo tiró a la arena pues, si la dentadura de ese monstruo tenía alguna propiedad útil, el Einherjar no la conocía— con la pesca de ahora en adelante. Siento lo de la barca, ahora tendréis peces y podréis pagar en la taberna.
Y diciendo esto, el Einherjar se fue caminando lentamente, las sustancias que había tomado estaban empezando a perder efecto, un atisbo de dolor empezó a recorrer su pectoral y su hombro izquierdos, pues hasta ahí llegaba su brazo, los pescadores encontrarían el resto dentro del monstruo.
Menudo escritor estas hecho ehh
ResponderEliminarLo voy intentando, me alegra que te haya gustado y que seas el primer comentario de este blog :D
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