jueves, 31 de marzo de 2016

Canción IV Padres, Hijos y Hermanos

    El viento azotaba los cabellos de Anrik el Pardo mientras observaba una franja oscura que se extendía hasta el infinito sobre la línea de la mar; observaba su hogar aproximándose mientras estaba apoyado en el mascarón de su poderosa embarcación, representando a un antiguo lagarto que escupía fuego. El Pardo llevaba mucho tiempo lejos del hogar y por fin, tras un prolongado año, el aroma de la tierra empezaba a representar la brisa salada del océano. El drakkar estaba cada vez más cerca de la costa de piedras redondeadas y arenas blancas. Dioses... todos aquellos aguerridos marineros ahora se enternecían, sintiendo el calor de sus hogares, de los fogatas que los calentarían en las noches y el simple hecho de poder gozar de las caricias de sus hijos y esposas tras un año... un largo año en que cada anochecer podía ser el último... en cualquier momento podrían no tener éxito en sus saqueos y quién sabe, en cualquier momento una de esas bestias de leyenda podría emerger de los negros abismos del océano para llevarse de vuelta a su negro agujero a Anrik el Pardo y su querida tripulación, junto con las riquezas que tanta sangre derramada costaron. Gracias a los dioses, ninguna de esas cosas pasó y el buen Anrik pronto abrazaría a sus pequeños Enrik y Ulrik. Llevaba tantas noches soñado con abrazar a sus pequeños y a su querida esposa... Y ahora, por fin, en una tibia mañana de primavera con un cielo azul sin nubes podría cumplir su anhelado sueño.

    El barco atracó en la playa. Los héroes de Ulwyin habían regresado y como orgullosos hijos de su patria, besaron la arena y las piedras con las que de niños jugaron. Pero Anrik no podía evitar echar algo en falta: nadie había salido a recibirlos. Caminó hacia la cabaña de pescadores más cercana a la playa, queriendo ser el primero en saludar a su querida prima. Lo encontró a él y a su hijo en un profundo letargo. Uno del que no consiguió alejarles. Dormían. Pero no podían ser despertados. Su hermano lo llamó desde fuera, tenía su hacha en la mano. Cuando salió de la cabaña, encontró a un cuervo picoteando el ojo izquierdo de un pescado a escasos metros de la entrada de la pequeña casa. El Pardo dirigió la mirada a donde su hermano le indicaba. Vio a un hombre, con escasa y ligera armadura de pie sobre el tejado de una de las casas, la más grande de la aldea: la casa de Anrik el Pardo.
    El capitán del bagel de velas negras desenvainó entonces su espada, mientras observaba al desconocido caminar sobre el tejado de la casa que él mismo construyó.
    El extraño lo miraba mientras caminaba.
    Un cuervo se posó sobre el hombro del desconocido mientras este metía la mano en uno de sus bolsillos. El Pardo no alcanzaba a ver qué hacía el hombre del cuervo. Sólo vio como se acercaba la mano a la cara, antes de oír algo parecido a un susurro. Entonces el desconocido movió el brazo en círculo, espantando a su cuervo, que voló con un graznido que se escuchó en toda la cala.
    Anrik el Pardo vio volar tres objetos hacia él. Por un segundo, vio que emitían un resplandor rojo.
    Entonces volvió a mirar a su tejado; el desconocido ya no estaba ahí, sino sobre él y sus hombres
    Un silbido cortó el aire. Fue rápidamente ahogado por los gritos de los piratas del Pardo mientras que el Einherjar no podía escucharlos; sólo escuchaba dos voces dentro de su cabeza que decían lo mismo una y otra vez:
    "Ladrones".
    "Piratas".
    "Asesinos de niños".
    "Violadores de niñas".
    "Quemadores de templos".
    "Mátalos a todos".

    Todos habían muerto. Sólo el Einherjar quedaba en pie, con su espada cubierta de sangre. Las voces se habían ido. Los cuervos habían desaparecido. El Einherjar pensó que últimamente sólo le enviaban a matar humanos. También pensó en qué se debe hacer tras matar humanos. Tenía tiempo para recoger las uñas de los treinta y cuatro piratas, el hechizo que pesaba sobre Ulwyin garantizaría que todos sus habitantes tendrían un profundo sueño por dos días más y el Einherjar ya se habría marchado.
    Prepararían piras y llorarían a aquellos a quienes llamaban padres, hijos y hermanos.
    Aquellos a los que otros llamaban asesinos de padres, hijos y hermanos.
    Aquellos a los que los cuervos marcaron.

    Aquellos a los que los dioses condenaron.

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