jueves, 31 de marzo de 2016

Canción III Espadas que Cortan Montañas y Bosques

    Algunos de ellos lo miraban fijamente sin hacer nada más, simplemente estaban ahí, hablando de él, especulando sobre su naturaleza mientras fruncían el ceño e inhalaban el humo de sus pipas y respiraban el aroma del bosque y la madera recién cortada.
    Algunos de ellos lo miraban de reojo entre sus movimientos con hachas y sierras, tal vez por respeto, más bien por miedo. El antes encapuchado estaba ahí, entre los leñadores y recolectores de setas, flores y frutos silvestres; caminaba entre ellos, proveniente de la pequeña aldea que había no muy lejos, había dejado allí su capa y algunas de sus pertenencias, aseguradas claro en una pequeña muralla rúnica. Sólo llevaba su pequeña espada a la espalda, su inseparable cuchillo y un cinturón rodeado con bolsas y bolsillos llenos con pequeños objetos y piedras de las que nunca se separaba.
    El sendero le llevó a la aldea, el hambre a la taberna y el deseo de un camastro a la posada. Se quedó sin monedas y preguntó cómo podría pagar su estancia o conseguir más monedas.
    “Podrías ayudar a los leñadores”, dijeron.

    Y así lo hizo. Y ahora todos lo miraban. Todos habían oído historias sobre los de su clase.
    —¿A qué has venido? —preguntó un barbudo corpulento que lo había mirado de reojo para luego volver a golpear con su gran hacha el árbol.
    —A ayudaros a cortar leña.
    El barbudo corpulento se giró, colocando su gran hacha en su hombro.
    —¿Crees que con esa navaja vas a cortar nada? ¿Crees que te dejaremos un hacha? Las hachas sí son armas de verdad, no ese mondadientes.
    El recién llegado guardó silencio, uno que fue interrumpido por una niña, hija del barbudo líder de los leñadores.
    —¿Eres un Einherjar? Nunca había visto uno.
    —Ya has visto a uno entonces, pequeña —respondió el forastero, inclinando la cabeza.
    —No hables a mi hija, monstruo —intervino el gigante, sujetando con fuerza su hacha.
    —Ella preguntó y yo respondí. ¿Algo más que quieras preguntar pequeña?
    El padre miró a su hija con su ceño fruncido, pero ella lo ignoró, estaba viendo por fin a uno de esos seres de los que hablan en las leyendas. Recordaba una en concreto.
    —¿Es verdad que tenéis espadas grandes como barcos y que con ellas podéis cortar montañas?
    Ahora el leñador no habló. Recordó que de pequeño también escuchó una leyenda que le contó su abuelo sobre un Einherjar que luchó contra un gigante, cortándolo en dos con un mandoble que cortó la montaña que el gigante tenía detrás. Y ahora él y su hija eran los primeros de su familia en tener a uno delante, quizás por eso de que es algo nuevo todos guardaban las distancias.
    —Bueno —dijo el Einherjar, llevándose la mano derecha a unos centímetros del costado, donde tenía el mango de su pequeña espada. La sacó sin prisa, todos tuvieron tiempo de observar el blanco fulgor sobre la hoja, algunos creyeron percibir un silbido cuando el Einherjar realizó una filigrana con ella, como si fuese ligera como una pluma—, salta a la vista que mi espada no es tan grande como una barca —dijo mientras contemplaba su hoja, hacía tiempo que no la desenvainaba—. Nunca he intentado cortar una montaña pero… ¿Cuánto tardarías en cortar ese árbol? —preguntó al líder de los leñadores mientras señalaba un grueso árbol con la punta de su arma, era uno de los que oyeron esa especie de silbido, aún creía seguir escuchándolo.
    —¿Ese de ahí? Varios minutos.
    El Einherjar entonces se pasó la mano por la barba y luego por la nuca mientras caminaba hacia el árbol. Algún bicho le había picado. Todos parecían concentrados en su nuca y más aún, en su espada.
    El Einherjar estaba a un metro del árbol cuando extendió el brazo, dejando que la hoja de su espada se posase sobre la negra y rocosa corteza.
    Levantó la espada en diagonal, sujetándola únicamente con una mano, flexionó las rodillas adelantando su pierna derecha y lanzó el poderoso mandoble. A unos cientos de metros estaba la aldea de los leñadores; todos sintieron el agudo silbido.
    En el bosque, un árbol acababa de caer con un crujido y un gran golpe contra el suelo.
    Largo tiempo lamentaron la pérdida de su ayuda en la tala de bosques tras que se fuera, doce días tras su llegada. La pequeña crecería y tendría hijos y estos los tuvieron a su vez.

    Y la historia del Einherjar que cortaba árboles de un solo mandoble con una sola mano usando una pequeña espada silbante pasó de generación en generación junto a la leyenda del Einherjar que cortó la montaña.

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