Algunos de ellos lo miraban fijamente sin
hacer nada más, simplemente estaban ahí, hablando de él, especulando sobre su
naturaleza mientras fruncían el ceño e inhalaban el humo de sus pipas y
respiraban el aroma del bosque y la madera recién cortada.
Algunos de ellos lo miraban de reojo entre
sus movimientos con hachas y sierras, tal vez por respeto, más bien por miedo.
El antes encapuchado estaba ahí, entre los leñadores y recolectores de setas,
flores y frutos silvestres; caminaba entre ellos, proveniente de la pequeña
aldea que había no muy lejos, había dejado allí su capa y algunas de sus
pertenencias, aseguradas claro en una pequeña muralla rúnica. Sólo llevaba su
pequeña espada a la espalda, su inseparable cuchillo y un cinturón rodeado con
bolsas y bolsillos llenos con pequeños objetos y piedras de las que nunca se
separaba.
El sendero le llevó a la aldea, el hambre a
la taberna y el deseo de un camastro a la posada. Se quedó sin monedas y
preguntó cómo podría pagar su estancia o conseguir más monedas.
“Podrías ayudar a los leñadores”, dijeron.
Y así lo hizo. Y ahora todos lo miraban.
Todos habían oído historias sobre los de su clase.
—¿A qué has venido? —preguntó un barbudo corpulento
que lo había mirado de reojo para luego volver a golpear con su gran hacha el
árbol.
—A ayudaros a cortar leña.
El barbudo corpulento se giró, colocando su
gran hacha en su hombro.
—¿Crees que con esa navaja vas a cortar
nada? ¿Crees que te dejaremos un hacha? Las hachas sí son armas de verdad, no
ese mondadientes.
El recién llegado guardó silencio, uno que
fue interrumpido por una niña, hija del barbudo líder de los leñadores.
—¿Eres un Einherjar? Nunca había visto uno.
—Ya has visto a uno entonces, pequeña —respondió
el forastero, inclinando la cabeza.
—No hables a mi hija, monstruo —intervino
el gigante, sujetando con fuerza su hacha.
—Ella preguntó y yo respondí. ¿Algo más que
quieras preguntar pequeña?
El padre miró a su hija con su ceño
fruncido, pero ella lo ignoró, estaba viendo por fin a uno de esos seres de los
que hablan en las leyendas. Recordaba una en concreto.
—¿Es verdad que tenéis espadas grandes como
barcos y que con ellas podéis cortar montañas?
Ahora el leñador no habló. Recordó que de
pequeño también escuchó una leyenda que le contó su abuelo sobre un Einherjar
que luchó contra un gigante, cortándolo en dos con un mandoble que cortó la
montaña que el gigante tenía detrás. Y ahora él y su hija eran los primeros de
su familia en tener a uno delante, quizás por eso de que es algo nuevo todos
guardaban las distancias.
—Bueno —dijo el Einherjar, llevándose la
mano derecha a unos centímetros del costado, donde tenía el mango de su pequeña
espada. La sacó sin prisa, todos tuvieron tiempo de observar el blanco fulgor
sobre la hoja, algunos creyeron percibir un silbido cuando el Einherjar realizó
una filigrana con ella, como si fuese ligera como una pluma—, salta a la vista
que mi espada no es tan grande como una barca —dijo mientras contemplaba su
hoja, hacía tiempo que no la desenvainaba—. Nunca he intentado cortar una
montaña pero… ¿Cuánto tardarías en cortar ese árbol? —preguntó al líder de los
leñadores mientras señalaba un grueso árbol con la punta de su arma, era uno de
los que oyeron esa especie de silbido, aún creía seguir escuchándolo.
—¿Ese de ahí? Varios minutos.
El Einherjar entonces se pasó la mano por
la barba y luego por la nuca mientras caminaba hacia el árbol. Algún bicho le
había picado. Todos parecían concentrados en su nuca y más aún, en su espada.
El Einherjar estaba a un metro del árbol
cuando extendió el brazo, dejando que la hoja de su espada se posase sobre la
negra y rocosa corteza.
Levantó la espada en diagonal, sujetándola
únicamente con una mano, flexionó las rodillas adelantando su pierna derecha y
lanzó el poderoso mandoble. A unos cientos de metros estaba la aldea de los
leñadores; todos sintieron el agudo silbido.
En el bosque, un árbol acababa de caer con
un crujido y un gran golpe contra el suelo.
Largo tiempo lamentaron la pérdida de su
ayuda en la tala de bosques tras que se fuera, doce días tras su llegada. La
pequeña crecería y tendría hijos y estos los tuvieron a su vez.
Y la historia del Einherjar que cortaba
árboles de un solo mandoble con una sola mano usando una pequeña espada
silbante pasó de generación en generación junto a la leyenda del Einherjar que
cortó la montaña.
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