martes, 1 de noviembre de 2016

1000 Gracias

    Esta entrada es un poco especial, no sólo porque esta vez soy yo, Néstor Vega quien habla no como narrador sino como autor, sino también por el motivo de esta entrada. Este blog ha superado las 1000 visitas. Es... simplemente genial. Llevo ya varios meses sin añadir entradas debido a que mi tiempo de escritura está dedicado a otro proyecto mayor pero nunca me he olvidado de este blog.
    Tanto a quien llegue nuevo como al que este blog ya le suene, tanto a quien dedique una parte de su tiempo a meterse en mi mundo de relatos como al que no y simplemente pase de largo... Mil gracias por estas mil visitas. Pronto seguiré escribiendo y dedicando más tiempo al blog intentando que siga creciendo para llegar a más gente que ame la lectura.
    Agradezco todo tipo de apoyo, si el contenido del blog te gusta, siempre puedes seguirlo, escribir comentarios y compartirlo. Todo se agradece por ayudarme a hacer que crezca.
    1000 gracias :)

lunes, 15 de agosto de 2016

Canción XIX De Cerdos Y Clanes

    Cuál inusual resultó para el einherjar lo que le pidieron aquel día en que una ventisca proveniente del este agitaba las ventanas mal aseguradas de la posada en que se encontraba. No debía encontrar a nadie, ni acabar con un monstruo de naturaleza y motivación malignas e inciertas, no; lo que le pedían era muy simple:
    "Esos cerdos del Clan de Bzal no tardarán mucho en dar problemas. Se están acercando mucho a nuestras mujeres, seguro que quieren llevárselas. Debemos acabar con ellos antes de que acaben con nosotros, ¿nos ayudarás? Tienes que hacerlo, eres uno de esos... ¿Cómo se dice? Bueno, eres uno de esos sirvientes de los dioses y tienes que ayudar a sus devotos cuando te lo pidan".
    En parte, el aguerrido guerrero tenía razón. Sólo en parte. Primero escuchó, luego buscó. No, no había ningún cuervo por ninguna parte. No tenía la obligación de ayudarle a acabar con nadie, así que decidió no meterse en problemas de clanes rivales. Se marchó en cuanto hubo acabado su cerveza, no dijo nada, pues no había nada que decir.
    Se hallaba en las cuadras ensillando a su fiel Pico para partir y seuir los senderos cuando escuchó los llantos ahogados de una mujer. Se acercó al recinto de donde venían y, entre las pajas, encontró a una joven doblemente marcada, en uno de sus pechos tenía el tatuaje del Clan de Bzal y ahora, en su rostro, lucía una marca de ganado hecha a fuego hacia pocas horas, la marca del Clan al que pertenecía aquel hombre de la taberna. El einherjar se acercó a la chica, que intentaba a duras penas cubrir su desnudo y golpeado cuerpo con el forraje, pero acabó dejando al einherjar acercarse, pues sus fuerzas habían desaparecido, simplemente esperó que durase poco tiempo y se fuese.
    Y así fue, el einherjar susurro algo, colocó su mano en la mejilla de la muchacha, que sintió un gran dolor, ese dolor que se siente cuanto te quitas una astilla, potenciado al nivel de la quemadura que sufrió, la cual ya había desaparecido de su cara. La chica acarició su rostro, que ya no dolía, que ya no estaba arada por el hierro candente. Entonces el einherjar volvió a susurrar algo en una lengua extraña bajo la atenta mirada de la joven y colocó su mano esta vez en su vientre, haciendo desaparecer aquello que la muchacha temía que hubiese resultado de lo que aquel hombre había hecho.
    El einherjar ya había partido, se encontraba a lomos de su querido Pico mientras preparaba una modesta fórmula. La completó, susurró y las pequeñas hierbas y pedazitos de carne se volatilizaron en una llama de color verde. Aquel hombre, aquel aguerrido guerrero, tan orgulloso defensor de su clan como para violar a apenas una niña, despareció y nunca más se le volvió a ver. Sí que se encontraron sus ropas, estaban al lado de un cerdo gordo y rollizo que comía lo primero que encontraba por el suelo. El hambre fue mas pronta que la superstición y aquella noche el Clan de Bzal se dio un festín al mismo tiempo que los hermanos del cerdo lo buscaban por el bosque, por si se había perdido.

Canción XVIII Despensas en la Roca

    Podría parecer que el einherjar, o los einheri en su totalidad, son seres que buscan el bien de los humanos destruyendo a todo tipo de monstruos. Nada más lejos de la realidad; ellos no buscan el bien de nadie sino simplemente obedecer a los cuervos, obedecer a los dioses. Esto se supo en una pequeña aldea, situada en un valle de origen glaciar, cuya existencia corría un grave peligro a causa de algo que vivía bajo las rocas, bajo el suelo que pisaban, un monstruo excavador de túneles con predilección por la carne humana y una auténtica despensa situada en una cueva que horadó en la piedra viva una de las montañas. El chico que la descubrió tuvo suerte, la bestia no se encontraba allí, estaba cazando. A su vuelta contó todo lo que había visto, pero no encontró a su madre por ninguna parte.
    El einherjar llegó a lomos de su caballo, nada le había llevado a aquel lugar pero nada le había conducido a un lugar que no fuera aquel y los cuervos llevaban varios días sin aparecer. El chico le contó lo que sabía, lo que había visto y lo mucho que echaba de menos a su madre. El einherjar llevaba tiempo vagando, sin desenvainar su espada desde aquel serpenteante y se disponía a dar caza al excavador hasta que escuchó el graznido de un cuervo, uno que se encontraba en el tejado de la casa comunal, dando la espalda a la montaña que el chico señalaba. Daba igual el motivo, ni debía ni deseaba conocerlo, pero esta vez los dioses no querían su intervención y tampoco les era indiferente si actuaba o no. Querían que el einherjar se marchase y así lo hizo, dejando al chico en el lugar donde estaba. No pasó mucho tiempo hasta que el excavador se encargó de reunir al niño con su madre en su cálido y acogedor estómago.

domingo, 31 de julio de 2016

Canción XVII Algo Maligno



    Terminó de preparar los cebos, pequeñas piezas de carne cruda marcadas con pequeños dibujos grabados con un cuchillo, ese pequeño cuchillo que no utilizaba para ninguna otra cosa. No podría aunque quisiera, pues ese cuchillo no era uno cualquiera, era uno de los Tesoros de la Tierra, destinado únicamente al grabado y creación de runas y sellos; un cuchillo que jamás cortaría carne, se encontrase con vida o carente de ella, por muy afilada que estuviese su delgada y doble hoja o aguda fuese su punta, nunca dañaría la carne o la piedra, sólo la marcaría. Aunque todo ello lo conocía el actual posesor del extraño y valiosísimo cuchillo, nunca dejó de mantenerlo afilado, aunque simplemente fuese por puro entretenimiento, de los pocos que tenía o se encontraban a su alcance. Guardó cuidadosamente el cuchillo en su funda y se levantó, haciendo crujir hojas y ramas que rompieron el silencio del bosque.
    Se trataba de un trabajo curioso, no por las palabras de los aldeanos, sino porque los cuervos también estaban allí, luego el einherjar debía estar allí, en ese lugar y solo en ese lugar para hacer lo que los aldeanos le pidieran.
    "Los lobos nunca bajan tanto de las montañas, tienen comida suficiente como para no tener que bajar a nuestros corrales y nos dieron problemas hasta ahora, ¿sabe? La anciana ha consultado los huesos. En esa montaña hay algo. Algo maligno. Algo que les ha obligado a bajar".
    El einherjar tuvo la corazonada de que no encontraría a esa anciana de los huesos, corazonada que se confirmó. No se puede encontrar a quien no debe ser encontrado.
    El olor de la carne humana que acababa de diseminar por el bosque, amablemente donada por unos lobos hambrientos la noche anterior, empezaba a rezumar un potente olor, uno al que ningún lobo respondió, pues estaban demasiado cerca de la cima. Los lugareños tenían razón, había algo ahí arriba, algo malo, algo que se sentía en el aire, con un olor a moho y sangre. 
    El einherjar se preparó, no es fácil prepararse para lo desconocido, para ese tipo de cosas a las que nunca se ha enfrentado uno. Simplemente desenvainó su espada y se sentó a esperar, sintiendo esas pequeñas piedras rojas que dejó al lado de cada uno de los cebos, sintiendo cada una de las runas en cada uno de los cebos. 
    Y esperó. 
    Y esperó. 
    Hasta que de repente una de las runas... se apagó. 
    En un parpadeo, el einherjar dejó de estar donde hasta entonces se hallaba sentado para aparecer muchos metros más allá, frente a aquella cosa. Nada más apareció, su espada silbó en el aire, cortando varios árboles en un radio de diez metros, pero la criatura resultó intacta, consiguió evadirse del tajo que surcó el aire.
    Apenas lo vio, sólo una mancha de color verde moverse rápidamente hacia él como un látigo, pero tuvo tiempo de dejarse caer al suelo de espaldas, pudo ver la cola de la serpenteante agitarse en el aire, tuvo tiempo de verla bajar en picado hacia él. La enorme y escamosa cola rebotó contra una pared circular que cubrió al einherjar, iluminándose como un relámpago al ser golpeada.
    Una boca reemplazó a la cola, cayendo como un meteorito, dispuesta a devorar al einherjar y el terreno que tuviese alrededor y cupiese en sus enormes y triplemente dentadas. Lo que encontró no fue carne ni tierra, sino fuego, fuego que salía disparado de una piedra caliente que el einherjar sujetaba. El serpenteante se retorció de dolor, alzándose, dejando a la espada del einherjar un gran margen de corte en su interminable cuello. Esta vez no sería sólo un corte silbante. Las hojas de un gran número de árboles se paralizaron, rígidas y cristalinas en un instante gélido sacudido por el grito del serpenteante que hizo temblar y quebrarse ramas y hojas congeladas además de parte del hielo que aún seguía creciendo de los extremos de cada una de las mitades del monstruo.
    Recogió unos cuántos colmillos, un extracto del estómago de la bestia, otro de las glándulas venenosas de su boca y unas cuantas escamas. La carne de los serpenteantes no es comestible, volvió a desenfundar su cuchillo, grabó una runa de un color llameante en cada una de las mitades del monstruo y las activó, abandonando el lugar en el que el olor del veneno y la carne quemadas empezaba a esparcirse. Se encontró a varios lobos por el camino, de vuelta en la aldea, encargó a un peletero que le hiciese una nueva capa con las pieles que los lobos tuvieron el detalle de ofrecerle.

viernes, 24 de junio de 2016

Canción XVI Plaga De Manchas Rojas

    —Por favor, tiene que ayudarnos, si usted no lo hace nadie lo hará. Necesitamos esa mina.
    Acababa de llegar a una pequeña aldea, no tuvo tiempo de descansar, aunque en realidad el cansancio era algo bastante extraño y lejano para el einherjar, cuando algunos lugareños se le acercaron a pedirle ayuda. "La filosofía de que cualquier extranjero armado está capacitado para ayudar a resolver cualquier cosa", pensó el einherjar. Parecía algo sencillo, no parecía que los cuervos quisieran nada de él y tenía... bueno, todo el tiempo del mundo y simplemente tenía que entrar en una cueva, limpiarla de cualquier criatura o criaturas que hubiera ahí dentro. Los campesinos casi siempre tienden a la exageración, seguramente fueran un par de boldos, pequeños seres del orden de los cavernarios, de los más inofensivos y débiles, excepto cuando se trata del tema territorial, entonces sí que tienden a la violencia, sobre todo la cepa de aquella zona del norte, con una piel con manchas rojas.
    No tenía nada que hacer, nada que perder y, tras evaluar la realización de la tarea decidió que no merecía la pena, así que enumeró a los campesinos una serie de hierbas que, mezcladas y destiladas en alcohol provocan una reacción parecida a la alergia a los boldos, con eso sería suficiente.
    Estaba yéndose, dispuesto a seguir el sendero cuando vio que una niña tenía un colgante con una pequeña piedra de color rojo, una hematite. ¿Qué tienen de especial las hematites? Una vez combinadas con la runa adecuada, crean un nexo de sangre, conteniendo parte de la de su portador, permite que este aparezca allá donde esas piedras se encuentren. El einherjar preguntó por la procedencia de la hematite y la respuesta fue la que temía, en la parte media de la mina infestada. Cómo no. No se encuentran piedras así a menudo, tendría que perder unos minutos en encargarse de lo que allí hubiese, quizás podría ahuyentarlos sin desenfundar la espada y estudiar la posible relación de las manchas rojas de los boldos con la presencia de hematites.

    Sí que eran boldos rojos, pero no eran un par, ni cinco, sino una auténtica plaga, ni en una semana habría encontrado suficientes hierbas para hacerlos querer cambiar de casa. Excepto ellos, todos se beneficiaron; el einherjar consiguió encontrar puñados de hematites, especialmente tres que tenían una mejor reacción a las runas, además de un semental pardo que los aldeanos le regalaron al que llamó Pico, pues fue lo primero que vio; los lugareños recuperaron su mina además de que tuvieron carne de boldo para varias semanas tras seleccionar los cadáveres que no estuviesen demasiado congelados o quemados.

sábado, 4 de junio de 2016

Canción XV Lo Más Parecido A Tener Una Pesadilla

    Ni siquiera utilicé la espada, sólo mis nudillos, que ahora están unidos a los restos de la cara del anciano por delgados hilos de sangre. Le he golpeado hasta que me he hundido los nudillos, hasta que los huesos de mis manos se han hecho astillas entre sí. ¿Dolor? Apenas, pero merece la pena.
    Me ha tenido encerrado en esa maldita burbuja durante... no lo sé, tendré la oportunidad de preguntar a algún lugareño cuando salga de este laboratorio, después de haber recuperado mis manos. Salgo de la torre, en dirección a un lugar que debo comprobar.
    Sí, como me lo imaginaba; ha pasado el tiempo suficiente como para que lo que antes era un hermoso y poderoso corcel se haya convertido en una maraña musgosa de huesos y carne descompuesta por el tiempo y las alimañas. Estaba vivo cuando esa luz apareció, antes de que el anciano me metiese en esa habitación para, en sus propias palabras pues amaba darme discursos, quería investigar la anatomía y factores físicos y psicológicos de los retornados, de los einherjar. En lo físico pude ayudarle, se las ingeniaba para hacerme incapaz de formular ninguna runa, de inmovilizarme para que me cortase, pinchase, quemase, amputase dedos, probase mi reacción a diferentes tipos de magia etc. En lo referente a la psicología de los einherjar no consiguió absolutamente nada; cuando no experimentaba conmigo me pasaba las horas sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, de haberle mirado a los ojos podría haber apuntado la palabra "odio" u "obstinación" en sus libros, cosa que no iba a permitirle, así que simplemente miraba lo que hacía, miraba su instrumental cuando él no me vigilaba, evitando así que apuntase la palabra "curiosidad", cuando debía haber apuntado "aprendizaje". Tras lo que deben de haber sido años encerrado, he aprendido un par de cosas en alquimia, magia y cuestiones referentes a tortura además de a preparar un estofado asqueroso al que el anciano era adicto. Por mi parte no probé bocado en todo mi encierro, lo cual debió ser muy útil para su investigación.

    Vuelvo de ese... mundo de lápidas. Manos nuevecitas, esta vez sin interferencias de ningún niño.
    Entro en la torre, cojo todo aquello que podría serme útil, entre todo ello el libro en el que apuntaba lo que aprendía sobre mí, en el que, como sospechaba, tendría información variada y útil sobre otros temas y criaturas. Unas piedras mágicas por aquí, el contenido de un cofre de años de ahorro y avaricia por allá, un poco de instrumental y ya tengo todo lo que me interesa cargar, pues carezco de montura.
    Observo la torre, no está mal construida. Una lástima. Pronuncio la palabra que hace brillar los dibujos que dejé en ciertos puntos de la torre, antes de una explosión.
    Pregunté a un mercader que pasaba por la zona con su caravana el año en que nos encontrábamos. Ese anciano me tuvo ahí encerrado durante ocho años. Ocho años de impotencia y contemplación, sin poder hacer nada más que esperar lo que al final pasó, que su edad le hiciese cometer un error, un error en la estabilidad de la burbuja, ni siquiera me vio venir. Creo que esto ha sido lo más parecido a aquello que los humanos llaman tener una pesadilla.  

lunes, 16 de mayo de 2016

Canción XIV Témpano

    Todos rodeaban al einherjar y todos escuchaban cómo dos hombres que llevaban despotricando ya varios minutos, acusando ante el regidor de la aldea al einherjar por haber asesinado cruel y mágicamente a su hermano. El cadáver del joven se hallaba a algunos metros, rígido, frío, recubierto por una pétrea, gélida armadura de hielo azulado y transparente que dejaba ver entre los helados vapores la cara del chico, cuya mirada era reflejo del más puro terror.
    —¡Es todo culpa suya!
    —¡Él lo ha matado!
    —¡Ese monstruo es quien lo ha congelado!
    —¡Matadlo!
    —¡Decapitadlo y quemad su cuerpo!
    Estas y otras cosas eran gritadas primero por los hermanos y después por todo aquel que se acercase a la plaza, rodeando al extranjero. Los soldados se acercaron, empujando a la multitud para abrirse paso y abrir un hueco en la turba. El regidor entonces impuso silencio y todos obedecieron, se acercó entonces al einherjar y le dijo que si no podía demostrar su inocencia, sería colgado esa misma tarde. Entonces el einherjar se dirigió a los hermanos del difunto congelado.
    —En el mercado vuestro hermano intentó acercarse a mí por detrás y robarme la espada que llevo en la espalda. Simplemente le dije que si estimaba la vida, no lo hiciese, que ni siquiera la tocara. Nos fuimos en direcciones opuestas pero hace unos segundos volvió a intentarlo, sacando la espada de su vaina. Le advertí que no lo hiciese y no hizo caso, cuando quiso soltarla, ya era tarde.
    —¿Insinúas que mi hermano es un ladrón? ¡Te mataré yo mismo!
    El hermano sacó un puñal y se abalanzó sobre el einherjar y, antes de dar el primer paso, tenía la punta de la espada del einherjar, un parpadeo antes enfundada, arañándole la nuez y deteniéndolo en seco. El regidor y los soldados también desenfundaron sus espadas.
    —Si no me crees —dijo el einherjar haciendo volar su pequeña espada en el aire, haciéndola dar una vuelta en el aira para ahora cogerla por el filo, poniendo la empuñadura frente al hermano—, prueba a cogerla; comete el mismo error que tu hermano.
    El hermano mayor dudó, pero no lo suficiente, pues estaba seguro de que su hermano no podía ser un ladrón y agarró firmemente la pequeña espada, que inmediatamente después llenó la mano del chico de agujas de hielo que empezaban a crecer dentro y fuera de la mano y luego del brazo del hermano, extendiéndose hasta cortar el grito que hizo que algunos diesen un paso atrás. Cuando la estatua de hielo acabó de agitarse, el einherjar tiró de la espada, haciendo que la mano se rompiese en pedazos, liberando la empuñadura. No se requirieron más pruebas y todos dejaron el paso libre al einherjar, que no quiso permanecer más en aquella aldea que sólo le pillaba de paso.
    El einherjar supo que aquel chico le seguía en el mercado y también percibió que estaba a punto de robarle su espada, simplemente esa segunda vez no le detuvo. Los habitantes de la aldea prepararon antorchas para intentar descongelar a los hermanos, esfuerzo totalmente inútil, pues el hielo que surge de aquella espada puede romperse, pero jamás fundirse.