lunes, 15 de agosto de 2016

Canción XVIII Despensas en la Roca

    Podría parecer que el einherjar, o los einheri en su totalidad, son seres que buscan el bien de los humanos destruyendo a todo tipo de monstruos. Nada más lejos de la realidad; ellos no buscan el bien de nadie sino simplemente obedecer a los cuervos, obedecer a los dioses. Esto se supo en una pequeña aldea, situada en un valle de origen glaciar, cuya existencia corría un grave peligro a causa de algo que vivía bajo las rocas, bajo el suelo que pisaban, un monstruo excavador de túneles con predilección por la carne humana y una auténtica despensa situada en una cueva que horadó en la piedra viva una de las montañas. El chico que la descubrió tuvo suerte, la bestia no se encontraba allí, estaba cazando. A su vuelta contó todo lo que había visto, pero no encontró a su madre por ninguna parte.
    El einherjar llegó a lomos de su caballo, nada le había llevado a aquel lugar pero nada le había conducido a un lugar que no fuera aquel y los cuervos llevaban varios días sin aparecer. El chico le contó lo que sabía, lo que había visto y lo mucho que echaba de menos a su madre. El einherjar llevaba tiempo vagando, sin desenvainar su espada desde aquel serpenteante y se disponía a dar caza al excavador hasta que escuchó el graznido de un cuervo, uno que se encontraba en el tejado de la casa comunal, dando la espalda a la montaña que el chico señalaba. Daba igual el motivo, ni debía ni deseaba conocerlo, pero esta vez los dioses no querían su intervención y tampoco les era indiferente si actuaba o no. Querían que el einherjar se marchase y así lo hizo, dejando al chico en el lugar donde estaba. No pasó mucho tiempo hasta que el excavador se encargó de reunir al niño con su madre en su cálido y acogedor estómago.

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