sábado, 4 de junio de 2016

Canción XV Lo Más Parecido A Tener Una Pesadilla

    Ni siquiera utilicé la espada, sólo mis nudillos, que ahora están unidos a los restos de la cara del anciano por delgados hilos de sangre. Le he golpeado hasta que me he hundido los nudillos, hasta que los huesos de mis manos se han hecho astillas entre sí. ¿Dolor? Apenas, pero merece la pena.
    Me ha tenido encerrado en esa maldita burbuja durante... no lo sé, tendré la oportunidad de preguntar a algún lugareño cuando salga de este laboratorio, después de haber recuperado mis manos. Salgo de la torre, en dirección a un lugar que debo comprobar.
    Sí, como me lo imaginaba; ha pasado el tiempo suficiente como para que lo que antes era un hermoso y poderoso corcel se haya convertido en una maraña musgosa de huesos y carne descompuesta por el tiempo y las alimañas. Estaba vivo cuando esa luz apareció, antes de que el anciano me metiese en esa habitación para, en sus propias palabras pues amaba darme discursos, quería investigar la anatomía y factores físicos y psicológicos de los retornados, de los einherjar. En lo físico pude ayudarle, se las ingeniaba para hacerme incapaz de formular ninguna runa, de inmovilizarme para que me cortase, pinchase, quemase, amputase dedos, probase mi reacción a diferentes tipos de magia etc. En lo referente a la psicología de los einherjar no consiguió absolutamente nada; cuando no experimentaba conmigo me pasaba las horas sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, de haberle mirado a los ojos podría haber apuntado la palabra "odio" u "obstinación" en sus libros, cosa que no iba a permitirle, así que simplemente miraba lo que hacía, miraba su instrumental cuando él no me vigilaba, evitando así que apuntase la palabra "curiosidad", cuando debía haber apuntado "aprendizaje". Tras lo que deben de haber sido años encerrado, he aprendido un par de cosas en alquimia, magia y cuestiones referentes a tortura además de a preparar un estofado asqueroso al que el anciano era adicto. Por mi parte no probé bocado en todo mi encierro, lo cual debió ser muy útil para su investigación.

    Vuelvo de ese... mundo de lápidas. Manos nuevecitas, esta vez sin interferencias de ningún niño.
    Entro en la torre, cojo todo aquello que podría serme útil, entre todo ello el libro en el que apuntaba lo que aprendía sobre mí, en el que, como sospechaba, tendría información variada y útil sobre otros temas y criaturas. Unas piedras mágicas por aquí, el contenido de un cofre de años de ahorro y avaricia por allá, un poco de instrumental y ya tengo todo lo que me interesa cargar, pues carezco de montura.
    Observo la torre, no está mal construida. Una lástima. Pronuncio la palabra que hace brillar los dibujos que dejé en ciertos puntos de la torre, antes de una explosión.
    Pregunté a un mercader que pasaba por la zona con su caravana el año en que nos encontrábamos. Ese anciano me tuvo ahí encerrado durante ocho años. Ocho años de impotencia y contemplación, sin poder hacer nada más que esperar lo que al final pasó, que su edad le hiciese cometer un error, un error en la estabilidad de la burbuja, ni siquiera me vio venir. Creo que esto ha sido lo más parecido a aquello que los humanos llaman tener una pesadilla.  

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