lunes, 15 de agosto de 2016

Canción XIX De Cerdos Y Clanes

    Cuál inusual resultó para el einherjar lo que le pidieron aquel día en que una ventisca proveniente del este agitaba las ventanas mal aseguradas de la posada en que se encontraba. No debía encontrar a nadie, ni acabar con un monstruo de naturaleza y motivación malignas e inciertas, no; lo que le pedían era muy simple:
    "Esos cerdos del Clan de Bzal no tardarán mucho en dar problemas. Se están acercando mucho a nuestras mujeres, seguro que quieren llevárselas. Debemos acabar con ellos antes de que acaben con nosotros, ¿nos ayudarás? Tienes que hacerlo, eres uno de esos... ¿Cómo se dice? Bueno, eres uno de esos sirvientes de los dioses y tienes que ayudar a sus devotos cuando te lo pidan".
    En parte, el aguerrido guerrero tenía razón. Sólo en parte. Primero escuchó, luego buscó. No, no había ningún cuervo por ninguna parte. No tenía la obligación de ayudarle a acabar con nadie, así que decidió no meterse en problemas de clanes rivales. Se marchó en cuanto hubo acabado su cerveza, no dijo nada, pues no había nada que decir.
    Se hallaba en las cuadras ensillando a su fiel Pico para partir y seuir los senderos cuando escuchó los llantos ahogados de una mujer. Se acercó al recinto de donde venían y, entre las pajas, encontró a una joven doblemente marcada, en uno de sus pechos tenía el tatuaje del Clan de Bzal y ahora, en su rostro, lucía una marca de ganado hecha a fuego hacia pocas horas, la marca del Clan al que pertenecía aquel hombre de la taberna. El einherjar se acercó a la chica, que intentaba a duras penas cubrir su desnudo y golpeado cuerpo con el forraje, pero acabó dejando al einherjar acercarse, pues sus fuerzas habían desaparecido, simplemente esperó que durase poco tiempo y se fuese.
    Y así fue, el einherjar susurro algo, colocó su mano en la mejilla de la muchacha, que sintió un gran dolor, ese dolor que se siente cuanto te quitas una astilla, potenciado al nivel de la quemadura que sufrió, la cual ya había desaparecido de su cara. La chica acarició su rostro, que ya no dolía, que ya no estaba arada por el hierro candente. Entonces el einherjar volvió a susurrar algo en una lengua extraña bajo la atenta mirada de la joven y colocó su mano esta vez en su vientre, haciendo desaparecer aquello que la muchacha temía que hubiese resultado de lo que aquel hombre había hecho.
    El einherjar ya había partido, se encontraba a lomos de su querido Pico mientras preparaba una modesta fórmula. La completó, susurró y las pequeñas hierbas y pedazitos de carne se volatilizaron en una llama de color verde. Aquel hombre, aquel aguerrido guerrero, tan orgulloso defensor de su clan como para violar a apenas una niña, despareció y nunca más se le volvió a ver. Sí que se encontraron sus ropas, estaban al lado de un cerdo gordo y rollizo que comía lo primero que encontraba por el suelo. El hambre fue mas pronta que la superstición y aquella noche el Clan de Bzal se dio un festín al mismo tiempo que los hermanos del cerdo lo buscaban por el bosque, por si se había perdido.

Canción XVIII Despensas en la Roca

    Podría parecer que el einherjar, o los einheri en su totalidad, son seres que buscan el bien de los humanos destruyendo a todo tipo de monstruos. Nada más lejos de la realidad; ellos no buscan el bien de nadie sino simplemente obedecer a los cuervos, obedecer a los dioses. Esto se supo en una pequeña aldea, situada en un valle de origen glaciar, cuya existencia corría un grave peligro a causa de algo que vivía bajo las rocas, bajo el suelo que pisaban, un monstruo excavador de túneles con predilección por la carne humana y una auténtica despensa situada en una cueva que horadó en la piedra viva una de las montañas. El chico que la descubrió tuvo suerte, la bestia no se encontraba allí, estaba cazando. A su vuelta contó todo lo que había visto, pero no encontró a su madre por ninguna parte.
    El einherjar llegó a lomos de su caballo, nada le había llevado a aquel lugar pero nada le había conducido a un lugar que no fuera aquel y los cuervos llevaban varios días sin aparecer. El chico le contó lo que sabía, lo que había visto y lo mucho que echaba de menos a su madre. El einherjar llevaba tiempo vagando, sin desenvainar su espada desde aquel serpenteante y se disponía a dar caza al excavador hasta que escuchó el graznido de un cuervo, uno que se encontraba en el tejado de la casa comunal, dando la espalda a la montaña que el chico señalaba. Daba igual el motivo, ni debía ni deseaba conocerlo, pero esta vez los dioses no querían su intervención y tampoco les era indiferente si actuaba o no. Querían que el einherjar se marchase y así lo hizo, dejando al chico en el lugar donde estaba. No pasó mucho tiempo hasta que el excavador se encargó de reunir al niño con su madre en su cálido y acogedor estómago.