—Por favor, tiene que ayudarnos, si usted no lo hace nadie lo hará. Necesitamos esa mina.
Acababa de llegar a una pequeña aldea, no tuvo tiempo de descansar, aunque en realidad el cansancio era algo bastante extraño y lejano para el einherjar, cuando algunos lugareños se le acercaron a pedirle ayuda. "La filosofía de que cualquier extranjero armado está capacitado para ayudar a resolver cualquier cosa", pensó el einherjar. Parecía algo sencillo, no parecía que los cuervos quisieran nada de él y tenía... bueno, todo el tiempo del mundo y simplemente tenía que entrar en una cueva, limpiarla de cualquier criatura o criaturas que hubiera ahí dentro. Los campesinos casi siempre tienden a la exageración, seguramente fueran un par de boldos, pequeños seres del orden de los cavernarios, de los más inofensivos y débiles, excepto cuando se trata del tema territorial, entonces sí que tienden a la violencia, sobre todo la cepa de aquella zona del norte, con una piel con manchas rojas.
No tenía nada que hacer, nada que perder y, tras evaluar la realización de la tarea decidió que no merecía la pena, así que enumeró a los campesinos una serie de hierbas que, mezcladas y destiladas en alcohol provocan una reacción parecida a la alergia a los boldos, con eso sería suficiente.
Estaba yéndose, dispuesto a seguir el sendero cuando vio que una niña tenía un colgante con una pequeña piedra de color rojo, una hematite. ¿Qué tienen de especial las hematites? Una vez combinadas con la runa adecuada, crean un nexo de sangre, conteniendo parte de la de su portador, permite que este aparezca allá donde esas piedras se encuentren. El einherjar preguntó por la procedencia de la hematite y la respuesta fue la que temía, en la parte media de la mina infestada. Cómo no. No se encuentran piedras así a menudo, tendría que perder unos minutos en encargarse de lo que allí hubiese, quizás podría ahuyentarlos sin desenfundar la espada y estudiar la posible relación de las manchas rojas de los boldos con la presencia de hematites.
Sí que eran boldos rojos, pero no eran un par, ni cinco, sino una auténtica plaga, ni en una semana habría encontrado suficientes hierbas para hacerlos querer cambiar de casa. Excepto ellos, todos se beneficiaron; el einherjar consiguió encontrar puñados de hematites, especialmente tres que tenían una mejor reacción a las runas, además de un semental pardo que los aldeanos le regalaron al que llamó Pico, pues fue lo primero que vio; los lugareños recuperaron su mina además de que tuvieron carne de boldo para varias semanas tras seleccionar los cadáveres que no estuviesen demasiado congelados o quemados.
viernes, 24 de junio de 2016
sábado, 4 de junio de 2016
Canción XV Lo Más Parecido A Tener Una Pesadilla
Ni siquiera utilicé la espada, sólo mis nudillos, que ahora están unidos a los restos de la cara del anciano por delgados hilos de sangre. Le he golpeado hasta que me he hundido los nudillos, hasta que los huesos de mis manos se han hecho astillas entre sí. ¿Dolor? Apenas, pero merece la pena.
Me ha tenido encerrado en esa maldita burbuja durante... no lo sé, tendré la oportunidad de preguntar a algún lugareño cuando salga de este laboratorio, después de haber recuperado mis manos. Salgo de la torre, en dirección a un lugar que debo comprobar.
Sí, como me lo imaginaba; ha pasado el tiempo suficiente como para que lo que antes era un hermoso y poderoso corcel se haya convertido en una maraña musgosa de huesos y carne descompuesta por el tiempo y las alimañas. Estaba vivo cuando esa luz apareció, antes de que el anciano me metiese en esa habitación para, en sus propias palabras pues amaba darme discursos, quería investigar la anatomía y factores físicos y psicológicos de los retornados, de los einherjar. En lo físico pude ayudarle, se las ingeniaba para hacerme incapaz de formular ninguna runa, de inmovilizarme para que me cortase, pinchase, quemase, amputase dedos, probase mi reacción a diferentes tipos de magia etc. En lo referente a la psicología de los einherjar no consiguió absolutamente nada; cuando no experimentaba conmigo me pasaba las horas sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, de haberle mirado a los ojos podría haber apuntado la palabra "odio" u "obstinación" en sus libros, cosa que no iba a permitirle, así que simplemente miraba lo que hacía, miraba su instrumental cuando él no me vigilaba, evitando así que apuntase la palabra "curiosidad", cuando debía haber apuntado "aprendizaje". Tras lo que deben de haber sido años encerrado, he aprendido un par de cosas en alquimia, magia y cuestiones referentes a tortura además de a preparar un estofado asqueroso al que el anciano era adicto. Por mi parte no probé bocado en todo mi encierro, lo cual debió ser muy útil para su investigación.
Vuelvo de ese... mundo de lápidas. Manos nuevecitas, esta vez sin interferencias de ningún niño.
Entro en la torre, cojo todo aquello que podría serme útil, entre todo ello el libro en el que apuntaba lo que aprendía sobre mí, en el que, como sospechaba, tendría información variada y útil sobre otros temas y criaturas. Unas piedras mágicas por aquí, el contenido de un cofre de años de ahorro y avaricia por allá, un poco de instrumental y ya tengo todo lo que me interesa cargar, pues carezco de montura.
Observo la torre, no está mal construida. Una lástima. Pronuncio la palabra que hace brillar los dibujos que dejé en ciertos puntos de la torre, antes de una explosión.
Pregunté a un mercader que pasaba por la zona con su caravana el año en que nos encontrábamos. Ese anciano me tuvo ahí encerrado durante ocho años. Ocho años de impotencia y contemplación, sin poder hacer nada más que esperar lo que al final pasó, que su edad le hiciese cometer un error, un error en la estabilidad de la burbuja, ni siquiera me vio venir. Creo que esto ha sido lo más parecido a aquello que los humanos llaman tener una pesadilla.
Me ha tenido encerrado en esa maldita burbuja durante... no lo sé, tendré la oportunidad de preguntar a algún lugareño cuando salga de este laboratorio, después de haber recuperado mis manos. Salgo de la torre, en dirección a un lugar que debo comprobar.
Sí, como me lo imaginaba; ha pasado el tiempo suficiente como para que lo que antes era un hermoso y poderoso corcel se haya convertido en una maraña musgosa de huesos y carne descompuesta por el tiempo y las alimañas. Estaba vivo cuando esa luz apareció, antes de que el anciano me metiese en esa habitación para, en sus propias palabras pues amaba darme discursos, quería investigar la anatomía y factores físicos y psicológicos de los retornados, de los einherjar. En lo físico pude ayudarle, se las ingeniaba para hacerme incapaz de formular ninguna runa, de inmovilizarme para que me cortase, pinchase, quemase, amputase dedos, probase mi reacción a diferentes tipos de magia etc. En lo referente a la psicología de los einherjar no consiguió absolutamente nada; cuando no experimentaba conmigo me pasaba las horas sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, de haberle mirado a los ojos podría haber apuntado la palabra "odio" u "obstinación" en sus libros, cosa que no iba a permitirle, así que simplemente miraba lo que hacía, miraba su instrumental cuando él no me vigilaba, evitando así que apuntase la palabra "curiosidad", cuando debía haber apuntado "aprendizaje". Tras lo que deben de haber sido años encerrado, he aprendido un par de cosas en alquimia, magia y cuestiones referentes a tortura además de a preparar un estofado asqueroso al que el anciano era adicto. Por mi parte no probé bocado en todo mi encierro, lo cual debió ser muy útil para su investigación.
Vuelvo de ese... mundo de lápidas. Manos nuevecitas, esta vez sin interferencias de ningún niño.
Entro en la torre, cojo todo aquello que podría serme útil, entre todo ello el libro en el que apuntaba lo que aprendía sobre mí, en el que, como sospechaba, tendría información variada y útil sobre otros temas y criaturas. Unas piedras mágicas por aquí, el contenido de un cofre de años de ahorro y avaricia por allá, un poco de instrumental y ya tengo todo lo que me interesa cargar, pues carezco de montura.
Observo la torre, no está mal construida. Una lástima. Pronuncio la palabra que hace brillar los dibujos que dejé en ciertos puntos de la torre, antes de una explosión.
Pregunté a un mercader que pasaba por la zona con su caravana el año en que nos encontrábamos. Ese anciano me tuvo ahí encerrado durante ocho años. Ocho años de impotencia y contemplación, sin poder hacer nada más que esperar lo que al final pasó, que su edad le hiciese cometer un error, un error en la estabilidad de la burbuja, ni siquiera me vio venir. Creo que esto ha sido lo más parecido a aquello que los humanos llaman tener una pesadilla.
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